Pasarelas Original 2023

En la tercera edición de Original se realizaron siete pasarelas que mostraron la diversidad y riqueza de las y los maestros de arte textil.

Dirección de arte: Antonio Zúñiga

Guion: Antonio Zúñiga, a partir de textos del Consejo Asesor

Composición musical: Alfonso Figueroa

Conducción: Mónica del Carmen

Pasarela “El huipil y el telar de cintura”

El huipil y el telar de cintura

El amanecer teje los primeros rayos de sol en la ventana. En el patio, el árbol se ilumina en ramas y tronco. Las aves del campo nos visitan y nos despiertan. Ya chisporrotea el fogón en la casa, cantan las ollas sus canciones. Las manos de madre, abuela y padre vienen y van. Es el mismo trajín de todas las mañanas. Ruido y prisas. Andar de la vida, desde que amanece. Las voces de la madrugada devienen de los grillos a los gallos. “Ya me voy, sí, mijo, anda, mi niño, cuidado en la vereda, tú”. “No lleves panza vacía, niña, toma un poco de atole, no me tardo, ma, no me tardo”. “Anda, pues, ve con cuidado”. “¿Dónde dejé el cobijo de mis pies?”, “Secando al sol de la tarde las dejastes”, ¿Algún pendiente encargo, noticia, ma?”, “Pasa con tía, lleva contigo a tu prima” “¿Nada más eso? Sí, nada más y nada menos”. 

Risas y sonrisas alegran el camino a la escuela. Pies para qué los tienes; tras la vereda, las voces se apagan, camino abajo con el paso ligero de los niños sellan el silencio que envuelve ahora a la casa. Adentro el patio, señorea el gran árbol. Compañero de diaria faena. Ella lo abraza poniendo su panza de lado. Rodeando su cintura con la faja, embarazada de meses ya, se sienta y acomoda el telar de cintura. En el silencio, ajusta la faja de su cintura para empezar la diaria faena. El tejer sueños. La mano experta cruza la trama con palos de madera en la urdimbre. La niña dentro de la panza despierta. En el silencio, madre e hija platican. 

“Mamá, ¿dime qué haces? Tejo un lienzo. Mamá, broca en el pecho también estrellas o el vuelo de las aves del mar. Hija, ¿escuchas el sonido del viento?, ¿el canto del zanate?, ¿el hervor de los frijoles?, ¿el tronar de la lumbre?, ¿las olas que rompen en la playa? Sí, mamá. Lo oigo todo, pero lejos; siento más el calor del cuerpo tuyo. Lo sientes porque estamos juntas. Mamá, usa este hilo rojo, un hilo rojo como el que nos une. Mamá, que nunca se termine este hilo para estar siempre juntas, hacia atrás y hacia adelante, como las caricias de las olas en la playa. ¿Qué quieres hacer cuando nazcas, mija? Cuando nazca, mamá, quiero poner mis pies en la arena y quiero correr y correr y correr juntas y, después de tanto correr, entregarnos también juntas al abrazo del mar”.


Pasarela “Ceremonia a la Luna”

El pueblo es todo música. Hoy hace siete años nació una niña de una madre que dio a luz cogida de la rama de una ceiba. En ese tiempo ha empezado a aprender, de su madre y de las abuelas de su comunidad, a enredar de manera especial en julio y en julio, que es lo más bonito de aprender en el arte de tejer del telar de cintura y ya sueña sus propias imágenes. También sabe hacer sus labores y ayuda, como todas y todos, según lo que le toca. Hoy, el día tiene otro brillo y otra claridad, hay algo diferente en el ambiente. Cuando despertó, encontró a su mamá trenzando listones de todos los colores en el cabello de su abuela. “Ven, mi nieta, ¿te gustan mis trenzas? Estos hilos que salen de mi cabeza son muy largos, tan largos que llegan al cielo y en ellos van enredados mis pensamientos”. 

La niña sonríe emocionada. El huipil que ella ayudó a tejer descansa sobre la mesa. Aprendió de su madre a atrapar las imágenes de la naturaleza y sabe que su madre y abuela pueden resguardarlas en la tela: flores de colores, bichitos, parvadas. Sus tíos, músicos de banda, no paran de tocar desde la mañana afuera de la casa. Y en el pueblo la algarabía se contagia. Todos miran con una sonrisa contenida. En la calle todos la saludan, incluso ese niño taciturno que en otras ocasiones la ha mirado con recelo. En el fogón hierve la gallina para el mole y la casa se llena con el olor de la hierba santa. Sus primos preparan sus atuendos, sus huaraches, que a ella se le figuran como unas garras que se clavan en el centro de la tierra. En cambio, los telares hoy reposan en reverente silencio. “¿Ya estás lista?”, le pregunta la abuela con las trenzas de colores. “Ya estoy lista”. 

Caminan en silencio al claro del monte por el sendero de serpiente que alumbran las últimas luces púrpuras del sol. Un minuto después, al cielo del pueblo lo alumbra una brillante luz de luna. Luna redonda y plena. De entre los árboles, por las veredas y caminos aparecen los rostros infantiles y familiares de todo el pueblo, los redondos y los largos, acá el abuelo Isidro, allá la tía Gloria y en el fondo el primo Martín. La abuela está de pie en el centro del círculo de árboles, la llama sacando de su refajo el huipil que la madre tejió con su ayuda. La niña suelta las manos de su padre y de su madre, y camina al centro del círculo. Nunca antes ha estado su corazón tan acelerado ni tan feliz. Toma en sus manos la tela suave y sin que nadie le diga que hacer, movida por un presentimiento, que ha recibido invisible de abuelas a madres y de madres a hijas e hijos, levanta la tela hacia la luna para entregar la ofrenda. En ese momento su corazón de niña se convence de querer seguir los pasos de su madre. De vivir tejiendo sueños. Voltea al cielo y ve que la luna, complacida con la ofrenda, le responde, pues los rayos de su luz maternal, impactan el textil haciendo saltar de la tela reflejos de oro y plata.

La ceremonia a la Luna

Pasarela “Quexquémetl de boda”

Quexquémetl de boda

Los años han pasado y la que fuera una niña, porque así es el incansable correr del tiempo, es ahora una mujer que se prepara para su matrimonio. Se conocieron de niños, pero en ese entonces el novio era un chico taciturno y ella lo miraba con recelo. Ya de grandes, en un baile, los ojos de la una se engancharon a los del otro. Luego, todo siguió el curso natural del amor. De la mirada tierna a la mirada ilusionada. Sentada ante el telar de cintura, como lo hiciera antes su madre, trabaja en su quexquémetl blanco, que quiere usar para la boda. En cada urdimbre se arrulla un sueño. 

Ambas familias ondean como lienzos al son mientras se preparan para la boda. La familia de él ya dijo: “Nosotros les echamos sus pesos a los músicos”. “Bueno”, dijo la familia de ella, “nosotros ponemos el mole, el arroz y, mañana, los tamales”. Los primos de uno y otra llevan días arreglando el espacio sagrado reservado para el convite de la boda. “Es pa’ que echemos un buen zapateado, prima”. Mientras tanto, él y ella todo besos, todo caricias. La fiesta es un ritual, el baile es un altar y en el fuego de la música de tambora se elevan las almas. Todas las mujeres han tejido su propio quexquémetl con sus propios signos. Las que viven arriba, en el bosque, los brocan con pinzones y reyezuelos al vuelo. En cambio, quienes viven en la playa los adornan con tortugas recién nacidas que corren enamoradas al seno profundo del mar. También tejen pañuelos para sus parejas en los que va brocada la efigie de una sirena para los pescadores o la de un caballo para los labriegos. 

“Prima, ¿adivina quién viene a cantar a tu boda? Julieta, la morocha, y vienen a bailar con ella sus hermanos. En una de esas me caso yo con uno de ellos”. Ella se ríe y borda, risa acá mientras borda; y risa allá mientras empunta la tela. Mientras tanto él y ella todo besos, todo caricias, todo sueños. Mientras se vive el amor, se sueña el futuro, así cada día se trenza una esperanza: la verde libertad del campo, la amorosa complicidad con el futuro marido, una casa próspera donde quepan las hijas y los hijos, y como si fuera natural una ilusión: la humilde posesión de un taller familiar. La claridad de saberse dueña de sí misma. En las ramas del pirul en el centro del patio de la casa, los pájaros cardenales cantan los responsos a la nueva pareja. 


Pasarela “La urdimbre y la trama”

Las personas se juntan y de ese juntarse vienen las hijas y los hijos. Como en una tela de araña cuyos hilos cruzan los cuatro vientos, la casa que tiene una jaiba eterna en el centro del patio resguarda ahora a una familia nueva de tejedoras y tejedores. Mientras surge el profundo tinte añil de las hierbas que fermentan y de los ingredientes precisos, de acuerdo con la viejísima receta, juntas y juntos cultivan el algodón, en otras casas se le extrae a la penca del maguey el ixtle, con algodón habrán de formar la fibra de la urdimbre. La trama se tensa con firmeza para abrazar a la familia entera. También cardan la lana para luego elaborar el hilo en la rueca. Quemados por los rayos del sol, los habitantes de la comunidad perseveran y continúan. “Si vas a estar de ese humor, esposo, ponte lejos de la olla, porque el color pide paciencia y ya no pinta si lo mueve un cucharón enojado”. Luego, con el cambio de estación, hay quien echa tortilla y hay quien va hilando con huso, con malacate y con manos delicadas. “Voy a piscar todo ese pericón de monte, esposa, porque solo crece en estas fechas y el amarillo se usa todo el año”. Por las noches se tejen juntos los lienzos y entre los hilos los sueños colectivos se engarzan, uno a uno, cuidadosamente. La trama cohesiona y garantiza la identidad. La urdimbre da firmeza y sostén para caminar hacia el futuro. El trabajo de una persona suma al trabajo de la otra, nunca resta. Eso es lo que tiene la vida en comunidad. Palo dulce para los rojos, olote morado para los tonos lilas, cáscara de nuez para el ocre, el secreto antiguo de la sagrada grana cochinilla para el carmín. En el lienzo se anidan todas las voluntades. Manifestación de una fiesta de colores. Pigmento a pigmento, las familias comparten las imágenes y hablan del tiempo trama y de la vida urdimbre. Se sienten seguras y seguros porque no están solos y se sienten fuertes porque están juntas, porque están juntos.

La urdimbre y la trama

Pasarela “Los adornos de la vida”

Los adornos de la vida

Pasan los años y pasa la vida. Con la llegada de cada hijo y cada hija se hacen nuevas gasas en el telar. Las comidas diarias se van haciendo de deshilados junto al fogón. 

Día con día se tejen los brocados con los desvelos y las enfermedades con los confites. Así son los adornos de la vida, los hay de todo tipo. Conviviendo el dolor con el buen sabor de la vida. Así el trabajo da sosiego al ritmo diario del corazón. Pueden pasar meses para ver culminado un trabajo. Pero el tiempo y la faena siempre es coronada con la satisfacción del hermoso resultado. Muchas horas diarias. Duele la espalda que pasa horas ante el mecapal y los pies se cansan de tanto pisar el telar de pedal. A veces el taller pareciera un salón de música donde cantan sin parar las voces roncas de los bastidores y en su ritmo monótono de dos izquierdos por uno derecho. Pero a cada dolor le sigue una alegría. El rugido ronco de las varillas contrasta con los diseños de diamantes que iluminan el corazón. 

“Hija, ven y mira este dibujo que es como una estrella que baja del cielo. O háblale a tu padre para que eche un ojo a este otro, que es como el pistilo de una flor esperando el amor de su abejorro”. Los colores de los adornos ofrecen su luz al mundo, pero también nos sacan del mundo y nos llevan a los sueños, donde brillan como auroras los lienzos. Telar trueno que ilumina el páramo, telar vida que se respira, telar lluvia que llueve, telar corazón que golpea, telar olla que borbotea, telar madre, telar abuelo, telar mundo. Con cada pequeña alegría se dibuja un labrado, y cada lágrima se anuda a partir de la urdimbre, para culminar tejiendo el rapacejo con las puntas sueltas de los lienzos. Podríamos contar la vida 0bndentera en los adornos de un huipil. “Mira, hija, elaboré estas flores azules el día que naciste y luego, un colibrí el día que tu abuela se fue al cielo, con sus trenzas llenas de listones de colores”. Así son los adornos de la vida. Hay uno para cada momento. Ahora toma esta vida como ejemplo y dibuja la tuya en tu huipil como tú quieras.


Pasarela “El caracol del tiempo”

El caracol se alimenta de los minerales en la roca de los acantilados. En la espiral de su concha, en sus círculos concéntricos, hace nido el tiempo. Cuando llega un momento exacto que conocen bien las abuelas y los abuelos, el caracol se despega momentáneamente de su casa y, generoso, vierte la baba copiosa sobre los vírgenes hilos. Entonces se cuelgan al sol y este, con su luz y con su calor, desvelan los colores del mismo modo en que, en la primavera, revela las flores. La púrpura aparece, entonces, tan misteriosa como la vida. 

La vida, decía la abuela que llevaba listones en las trenzas, es como un rosario de misterios. El misterio de los huaraches con los que me siembro en la tierra de mis ancestros. El misterio de haber crecido como el maíz, en una recta en dirección al sol y rodeado de mi familia que son como los chiles y las calabazas de la milpa. El misterio del sombrero de palma con el que me amarro a los cielos y camino con la certeza de su bendición. El misterio del rebozo que es cuna y refugio y madre y casa. El misterio del morral que guarda, como en un vientre, las semillas y las leñas. El misterio del gabán con el que habrán de vestirme, a modo de abrigo contra el viento frío, el día que me siembren en la tierra y me convierta en la sabia del cedro o de la ceiba o de cualquier planta que dé sombra o cobijo al centro del patio de cualquier casa pueblerina. Y el misterio del caracol del tiempo que crea la púrpura. 

Las suaves manos de la persona artesana o artesano inevitablemente arrugadas, después de extraer sabiamente la baba, devuelven al caracol a la roca de acantilado para que siga comiendo de ella. En su concha, en sus círculos concéntricos, se sigue guardando el misterio del tiempo.

El caracol del tiempo

Pasarela “Telares”

Telares

El día transcurre acompasado al insistente cruce de hilos en el telar de cintura. En otros pueblos, sin embargo, los hombres trabajan acompasados por el ritmo constante del pedal. Talleres que son almárcigos, que son comunidad. El sonido que los sostiene. Llega el momento de mirarse al espejo y el espejo devuelve esta certeza: eres una hebra más de esta gran madeja llamada humanidad. Hay que preparar a la nueva generación. “Ven hijo, te voy a enseñar a tejer porque los hombres también están hechos de hilo”. Aquí habremos de renombrar las costumbres. “Lleva, hijo, esta faja a la cintura”. Y que sea de ahora en adelante una labor de hombre quien comparte la tradición. Así, paso a paso conectado con hilos y árbol cielo, el muchacho aprende los secretos del tejer para merecer, de la urdimbre y de la trama, lo mismo que en otros rincones de la casa, hombres igual que mujeres aprenden el secreto del punto de cruz y la rigurosidad del pasado o relleno. El niño pierde los estribos por la afanosa lentitud del tejido. “¡Mamá, yo no sirvo para esto!” Pero ella viene paciente y enseña de nuevo. Escucha el sonido del ave canora mientras, como el de tu propio corazón. No te olvides, hijo, que hay que ir pepenando con cariño, los sonidos que traen consigo. Escucha además a las otras personas en su conversación, hay sueños compartidos. Que como se tejen los hilos del telar y se afianza el textil, así se hace comunidad con las demás personas.

Teje, teje, tejedora,*
antes que se vaya el día,
que yo tejeré en la noche
que yo tejeré en la noche
los adornos de la vida.

Tejeré tus esperanzas,
téjame usted las mías,
que yo tejo con mis manos
las horas de nuestros días.

Téjame usted la red
pa’ yo pescar mi alegría,
que tejiendo yo me olvido,
del dolor y la agonía.

*Poema de Graciano Chacón