Para la segunda edición de Original, se realizaron seis pasarelas de textiles y accesorios, y una dedicada a joyería. El hilo conductor fue el cuento Kuerhajpiriecha – Dioses engendradores, de la poeta p’urhepecha Rubí Tsanda.
Dirección de arte: Antonio Zúñiga
Narración: Rubí Tsanda y Miguel Ángel Sosme
Composición musical: Juan Pablo Villa
Pasarela Uénakua – Comienzo
Hace miles de años cuentan que las deidades que residen en el cielo se reunieron y enviaron a un inquieto joven llamado curicaveri a reinar y conquistar toda la tierra. Él descendió y se hizo presente en el fuego, como espíritus que moran con los animales del monte y los lagos.
Curicaveri eligió un lugar para establecerse, con la ayuda de cuerápperi (madre naturaleza) comenzó a poblar con plantas que ofrecen sus semillas y con flores para recrear su vista y obtener colores para teñir las mantas con las que habría de cubrirse.
Estos principales dioses serían los engendradores, los que proveerían todo lo necesario para expandirse, esto a su vez demandaba la permanencia de curicaveri, para que perdurara en la tierra, el fuego debería estar encendido cada vez que un ciclo terminara.
Un día, el sol se convirtió en un hermoso colibrí vestido de oro para visitar a naná yurhixi (luna) que vivía en una humilde cabaña cubierta de exquisitos árboles y deliciosas flores, atravesó inquieto el perfumado pensil, y como si viniese perseguido como un ave de rapiña, buscó salvador refugio en el regazo de esta doncella, quien lo acogió amorosamente dejándolo disfrutar de aquel caliente y dulce hogar y poseerla.
A pesar de que cada mañana llegaba vigoroso, también se cansaba de alumbrar la tierra y comenzaba a sudar gotas de sangre cada atardecer el cual pintaba un cielo rosado, en ese momento naná yurhixi aparecía para reemplazar, a veces muy débilmente con una sediente luz plateada, mientras su compañero dormía para recuperar las fuerzas.
Al ver con agrado que esa pareja se había acoplado para hacer las funciones primordiales que ayudaría a la humanidad, cuerápperi, la principal diosa engendradora, preparó una inmensa romería, con hermosas doncellas llamadas que eran jóskuecha (estrellas), presumían vistosas enaguas, blancos y largos de finísimo algodón, iban cantando, luciendo sus frondosas faldas, todo era un espectáculo fastuoso de guirnaldas, al contemplar los bosques y lagos cristalinos, brillando como espejos, la escena no podía ser más solemne y silenciosa, así se dirigieron a un hermoso lago.
En ese encuentro estas deidades que llegaron a la tierra son representados por el sol y la luna y las doncellas que son las estrellas envueltas en un color oscuro, rollo de pañete, mostrando sus floreados huipiles, la flor de cempoalxóchitl que las adornan como símbolo del resplandor del sol que es el origen de todo, el dios curicaveri.
Pasarela “Cuerauáperi – La que desata en el vientre”
Cuerauáperi era la principal diosa creadora, esposa de curicaveri (dios del fuego y la tierra), tenía su casa al oriente donde creaba a las nubes y las enviaba a toda la tierra para que hicieran llover, humedecer la tierra hasta hacerla fértil y fecundarla. El maíz, los frutos y todo tipo de alimentos: cuerápperi era la que hacía nacer todo, de ella nació el padre sol y la madre luna.
La unión entre ambos quedaba consumada como era la promesa de cuerápperi, cumpliéndose el augurio que prometió una tierra fértil y productiva. Pero tuvieron que pasar miles de años y en cierta ocasión, el tiempo cómplice llenó y cubrió aquellas existencias de los hombres y de ser un pueblo trabajador que sabía honrar a sus dioses y ancestros, se cansaron. Dejaron de llevar leña para que ese fuego permaneciera encendido día y noche. Una gran deshonra vino hacia curicaveri, el astro de la mañana dejaría de alumbrar a la tierra y a su vez dejaría de producirla, un largo periodo de sequías.
Fueron convocadas todas las deidades del auándarho (cielo), a cuerápperi la tuvieron que enviar a la tierra para que consigo llevara a un mensajero al cielo. Cuando ella se manifestaba ante los hombres, siempre lo hacía a través del cuerpo de una mujer, al cual hacía soñar y en ese profundo sueño penetraba su cuerpo, siempre usaba vistosos atuendos, vestía cascabeles en las piernas, sus finos telares bordados con flores, encajes y en la cabeza una guirnalda de trébol con un ave, con mil rubores, siempre reluciente era admirada por los habitantes de la tierra por las prendas que la cubrían.
Los sacerdotes ofrecían en ese momento sacrificios a los dioses, hacían que los aromáticos inciensos llegaran hasta las puertas del auándarho y mirando hacia el oriente donde mandaban su plegaria diciendo:
—¡Oh, padre sol, resplandeciente! Que la leña sagrada mande el humo a tu faz y sea olor fragante que llegue hasta ti.
Y entonces los dioses escucharon, quedaron satisfechos, les concedieron a las nubes y cueráperi regresó trayendo lluvias con alegría, el ave regresaba y a cuantos encontraba preguntaba por las nubes que les había entregado, hablando muchas lenguas con voces armoniosas impregnadas desde el echerindo (tierra), por eso se aparece cuando la lluvia llega dando gracias a los dioses del cielo.
Pasarela “Kurhíkua k’eri – El eterno fuego”
El fuego más intenso ardía en el cielo, el fuego que se manifiesta como una extensión en la tierra, este era eterno, se alimentaba en todo momento con leña que proveeía cuerápperi, la madre naturaleza, de los mejores árboles, es conocido como el gran engendrador y el anciano.
El sol era el hijo, la claridad producto de ese fuego era el que hacía el día, pero en cierto modo él no era eterno, moría cada noche en lucha permanente contra la oscuridad y contra el mal. Cada noche era sacrificado, pero resucitaba después de vencer a la oscuridad en la región de la muerte, al resultar victorioso rompía las tinieblas, abría la puerta de la aurora y resurgía en el oriente armado con innumerables flechas, sus rayos de luz, con las que derrotaba las estrellas y se hacía de día.
Cada mañana se revestía con delgadas y finas mantas que lo cubrían, hermosos telares con colores de arcoíris e hilos de oro. Era difícil elegir una sola prenda pues cada vez que vencía la obscuridad un nuevo manto lo envolvía, un bordado diferente con hilos de colores, deshilados blancos, hilos de seda con el diseño de las flores.
Sus victorias eran plasmadas por las manos de mujeres, ellas tenían que hacer esa labor divina porque era parte de lo que la señora luna les había encomendado ya que era la esposa del sol y era una de las principales diosas consideradas como la patrona del hilado.
Entonces bordaban en blusas, vestidos y camisas flores sueltas o en ramos, rosas, campanillas, claveles, pensamientos de diferentes colores, con motivos geométricos, de formas compuestas de líneas rectas matizadas en tonalidades deslumbrantes y contrastes.
Destacaba la presencia de flores abiertas de gran tamaño, hojas, ramas bordadas de forma armónica hasta cubrir el tamaño del cuello y del ruedo del sol. Mientras sentados alrededor del fuego platicaban de las cosas del mundo con la estrella de la mañana que colapsaba en sus brazos de llamas del gran abuelo fuego.
Pasarela “Naná kutsí – Diosa de la fertilidad”
La luna nueva, naná kutsí, esposa del sol. La que aparece o se muestra, hija de cuerauáperi la que desata todo desde su vientre y hace germinar y crecer todo, era la principal dadora de vida.
Naná kutsí se desplazaba por los cuatro puntos cardinales de la tierra, enseñando a las mujeres a tejer, instruyéndoles varias técnicas, urdiendo, hilando, bordando, tejiendo con hilos de colores. Mujeres que con distintas figuras representaban animales, estrellas o plantas que hacían alusión a esta deidad.
Al ver que poseía esas cualidades cuerápperi envió a la tierra a que llevara chiles, rojos y verdes y amarillos; frijoles rojos y amarillos y negros y maíz rojo, blanco y pinto y con ellos le hacían pulseras y collares para honrarla.
Mientras las ancianas se bañaban bajo los rayos plateados de la luna, se cuenta que así poco a poco se iban desapareciendo sus arrugas, hasta que emergían convertidas en muchachas hermosas que usaban hermosos lienzos bordados, pues al convertirse en doncellas los tonos utilizados en sus prendas eran muy vistosas y encendidas, mientras que el de las ancianas eran tonos serios y obscuros, durante un mes, cuando les volvía la menstruación ellas volvían a envejecer.
Las doncellas eran las iurhítskiriecha que comenzaban sangrar cada mes, la luna se la bebía esa sangre y así ella permanecería joven, las ancianas eran llamadas kutsí-miti, la mujer que había vivido muchas lunas o las mujeres de sabiduría, ese nombre les otorgaba xaratanga, siempre procuraba que su asignación se cumpliera, la fertilidad de las mujeres y todo lo que su madre cuerápperi había engendrado en la tierra.
A ella le dedicaban la plata pues este metal formaba una secreción lunar. Cuando la luna lloraba decían que la plata eran sus lágrimas cuando el sol (el oro) la hacía llorar. Con esto aprendieron a fundir los metales, creaban los diseños de joyas más complejos y soldaduras más finas, en puntillado, estampado y filigrana para los aretes, collares, pulseras, accesorios que ofrecían a la protectora de lo intuitivo, al ojo de la noche que regulaba las lluvias, aguas, inundaciones y estaciones, una mediadora entre el cielo y la tierra. Así que su metal correspondiente era la plata por el color de su pureza y porque la plata se cargaba de la energía de la luna.
Pasarela “El Padre y la madre, los dioses del cielo en la tierra”
La sangre corría en la tierra, los ancianos ancestros solían decir que donde había vida humana tenía que haber sangre, a veces el sol se alimentaba de ella, la necesitaba para seguir iluminando y la luna también algunas noches la bebía en secreto.
Sin dejar de ser los mismos; es decir, padre y madre, seguirían gobernando el universo, de donde descendía el hombre.
Ellos danzan para que no se rompa esa armonía con los dioses engendradores. Los astros escuchan el golpe al ritmo de un jarabe, un son o un abajeño y entonces la luna hace una invitación al sol:
Bailemos en este lecho de nubes porque me siento fría, necesito ser envuelta en esos brazos, cubre mis cabellos, cobija mi corazón con rebozos hechos en telar de cintura, rebozo de seda, de lana, de algodón, jaspeados, empuntadas con plumas de aves, rebozos de bolita, con telares de algodón, con bordados llenos de pájaros, flores, conejos, venados, serpientes y árboles en punto zurcido plumeado y relieve. Cúbreme con ese huipil, rojo, o azul añil, con cuello de triángulos, cadenillas, huipil que representa al sol, listones de colores como rayos que emana y dan calor a este cuerpo.
En los márgenes del hermoso lago, los pescadores esperaban el guiño de xaratanga y el preciso momento para echar las redes mientras contemplan en el corazón de la luna, una hermosa danza.
Las mujeres hacen bailar sus manos, sus ojos al igual que su alma conectan con las estrellas en cada puntada. Hacen telares, cultivaban las plantas para producir hilos y textiles, colorantes naturales que provee cuerápperi madre naturaleza hasta obtener directamente de las plantas, flores y frutos, los colores.
El color naranja era obtenido del achiote. Palo de Campeche el tinte morado. Delicados bordados iban realizando con la punta de una hoja de maguey o agave, variedad de combinaciones y entrelazamientos de series de hilos fueron dando lugar a tejidos de diversas texturas. Telares de cintura donde los rebozos empuntados con hilos de arcoíris, o plumajes de bellas aves, pavorreales, quetzal entre otras, eran hechos para dar continuidad aquí en la tierra, era el cordón umbilical con que las diosas engendradoras seguían manteniendo esa comunicación con los hombres.
Pasarela “El sol hila, para que la luna teja”
Cuentan los abuelos que cuando alguien nacía le cortaban el hilo que lo une a su madre, que ya se tiene un destino marcado que los dioses engendradores le han asignado. La mujer en el echérindo-tierra es la dadora de vida.
Se cuenta que hace mucho tiempo nació un bebé en luna menguante, las mujeres uarhítiecha cada vez que daban a luz, morían, al dar vida regresaban de la muerte, ellas ayudaban a cuerápperi a seleccionar cuidadosamente el maíz y esperar el momento en que la luna estuviera en su esplendor abrirían el vientre de la madre y depositar la semilla.
La tierra tejía desde su vientre esperando a que pasaran algunas lunas y así concebir la vida. Urdiendo, hilando, bordando y tejiendo, materializando lo que dará protección y cubrir lo que significan nuestras ropas. La mujer que nace en luna llena será fuerte y quizá por eso cuando es uarhíti-mujer es capaz de morir para dar la vida misma, regresa de la muerte como el sol.
El hilandero, que provee alimento, con su fuerza abre la tierra siempre mirando a la luna esperando la señal de la mejor época de fertilidad.
Desde el comienzo de la creación cuando los dioses celestes enviaron a curicaveri a la tierra esperaron con paciencia que la concepción del universo fuera interpretada a través de los lienzos diseñados con formas geométricas, grecas, rombos y flores con lo que cuerápperi la madre naturaleza fuera representada. Esta era una manera de tener presente el origen de todo, de donde provenimos.
Así nos sembraron en la tierra, es el tiempo en que se han de tender los hilos, con los conocimientos ancestrales, las bordadoras comienzan el tramado, colocan sus telares, un extremo se lo atan a su cintura, el otro extremo lo amarran en un árbol y se preparan para el tejido.
Con hilos multicolores las abuelas contaban que era muy importante estar de buen humor al momento de teñir los hilos, porque las dichas pasan al igual que las penas y cuando va cayendo la tibia tarde se acercan al lago que es el espejo de los dioses, mirando el reflejo del cielo viendo la permanente lucha del astro con el señor de la noche, y este cada noche perdía la partida, era degollado y enterrado en el poniente, pero que la vez se reconoce necesaria esa partida para prolongar la misma representación que se nos confirió el universo, el sol es quien hila para que la luna teja.
Pasarela “Tsípekua – Vida”
La gran celebración
En el plano terrenal, cuerápperi ha cumplido la misión como diosa engendradora, ella suple para que el hombre viva. Semillas, fibras, plantas, árboles, flores, minerales, animales, agua y el padre sol representado aquí en el echerindo por el abuelo fuego y es así como llega tsípekua.
Así fueron ofrecidos a otra forma de vida, de otro modo entendieron esta tendencia de vivir para siempre.
Dijeron: naná uárhi ka tatá diosï. Conocieron, sembraron y gustaron otros frutos. Tienen el don de la palabra y el medio para encontrarse así mismos, una tierra de pinares espesos, ellos con sus cantos, ellos con sus nubes y semillas. Los dioses engendradores preparan la gran celebración, se renueva el fuego aquí en la tierra, eso anuncia un nuevo ciclo, una nueva temporada.
Celebración – k’uínchekua
Boda del coyote y serpiente de agua
Cuentan entonces que por esos tiempos cueráaperi anunció la fiesta, celebración nupcial de la lluvia más antigua, akuitsï janikua serpiente de agua que venía en medio de relámpagos como la serpiente que recién ha nacido, la más antigua que se desliza aún sin mover la cabeza, venía con la máscara del sol en movimiento perpetuo con espíritu de serpiente emplumada, venía en el temblor del aire, venía de color verde como el espíritu del ámbar.
A la fiesta llegaban todos engalanarla. La serpiente de agua con prendas que fueron bordadas por mujeres y hombres, arreglada con guirnaldas de piedras preciosas y un rebozo empuntado con plumas recorría los atrios del auándarho tejiendo su caminar pausado, mostrando su floreado vestido.
Estruendos y rayos anunciaban la llegada de jurhíata el astro Sol.
De repente se oculta el astro… akuítsï janikua la serpiente de agua comienza asomarse por las ventanas del k’eri auándarho, en espera de su prometido Jiuatsï, un coyote con su pelaje radiante, apuesto joven que había escapado de las yácatas de su reinado.
Bajó por amplios cerros, de cruzar tupidos bosques hasta llegar el final del encuentro. Tatá jurhíata lo recibió con los brazos abiertos y la serpiente de agua comienza a descender poco a poco, poco a poco… Prendas vistosas y coloridas de finos lienzos bordados con hilos de oro, una gramática de fiestas y rituales, la vida de pueblo apacible bañado por el sol ahí comienza un nuevo ciclo, cuentan que ese acontecimiento mientras llueve y sale el sol, es porque el coyote y la serpiente de agua se están casando.
Comida, música y flores, una fiesta mágica de nubes de polvos de colores, chispas, luces, alebrijes y resinas exóticas, una danza estorbosa y traviesa que intenta distraer a los espectadores con un huapango, un son o un jarabe. Hasta en estos tiempos en el echerindo, la tierra se dice; el coyote y la serpiente de agua se están casando.
Y entonces los hombres cuando terminan su ciclo regresan al vientre de naná cueráaperi madre tierra, la fiesta la celebran con comida, flores, fruta, maíz, porque es la vida misma. El gran fuego quema el copal, el incienso que limpia y purifica y el humo que sube al auándarho hace contacto entre los vivientes y los dioses engendradores y las manos de las tejedoras y artesanos humildes inmortalizan en telares y lienzos la historia que nos cuentan nuestros ancestros.